Espacio.
Momentos de silencio, tiempo a solas, detenernos a pensar.
Cómo necesitábamos esto. El desafío de alejarnos, de entender que para que este mundo siga funcionando igual que siempre necesita de nuestra empatía, de algo tan simple y a la vez complejo como nuestra voluntad.
No se trata de paranoia, se trata de aprovechar la ventaja que nos da el poder aprender de los errores de los demás.
Los juegos de mesa que en algún momento fueron nuestro mejor plan. El libro que desde las últimas vacaciones quedó por la mitad y varios otros que hace tiempo queríamos empezar. Esa videollamada con los que están lejos que nunca llegamos a concretar. Una maratón de la serie que tanto nos gusta o de las que hace meses tenemos pendiente mirar. Las películas de la infancia y ese álbum de fotos viejas que hace tiempo que nadie abre. El tiempo a solas, actividades nuevas con los de todos los días. Animarnos a pintar sin tener idea cómo o escribir para liberar. Dar vuelta la casa y ordenar el placard. Enfrentar el desafío de no saber qué hacer y a la vez tener todo para inventar.
Juguemos por un rato, aprendamos a prescindir de todo eso que en el fondo está de más. Pongámonos a prueba para ver cuánto somos capaces de hacer por nosotros y los demás.
Mientras no cumplamos nuestras tareas, dejemos el lugar en la calle para los que de verdad lo necesitan, para los que son esenciales en movimiento para que el país pueda seguir funcionando. La vida sigue si dejamos de festejar un cumpleaños, si no vamos al cine por un tiempo y si pasamos algún que otro jueves sin la juntada semanal.
Para los que estamos del lado en el que se puede elegir, quedarse en casa es un acto de empatía, es aportar a este gran caos desde nuestro lugar. Es un pequeño enorme grano de arena que nos da la posibilidad de sumar muchísimo y decidir hacernos cargo al minimizar los riesgos para los demás. Es pensar en el que precisa ese lugar en el hospital, en el que no se puede quedar en casa porque tiene un trabajo enorme que enfrentar o en el que ni siquiera tiene una casa en la que encerrarse para escapar. No es paranoia, es precaución y permite que haya lugar para lo que importa de verdad.
Aprovechemos esto como excusa para enfrentarnos a lo real de la vida, para darnos cuenta de qué estamos hechos y dejar de correr atrás de un reloj que nos aprisiona cada día más.
Si a nosotros no nos mata no es lo que importa. Importa que si miramos para el costado nos transformamos en un eslabón más de esta cadena para ayudarla a ser tan grande que ya no se pueda controlar.
Y si, ahí es cuando somos culpables. Porque la información nos hace libres y hoy existe tanta a nuestra alcance que si no estamos informados es porque decidimos escapar. Hacer como que no pasa nada es elegir ser parte del daño, es mirar nuestro ombligo e ignorar el hecho de que nos rodean personas que no tienen las mismas herramientas que nosotros y que dependen de nuestra colaboración para poder zafar.
Que esta ola nos llegue es inevitable,
pero el tamaño y la fuerza con la que nos arrase depende de nuestro actuar. Dejemos de extrañar ese pasado sin tantas exigencias y agradezcamos que para que el país salga de esta necesita que aprendamos a rebobinar, que volvamos de una vez por todas a lo esencial.
Para muchos de nosotros quedarnos en casa pensando en el bien de todos todavía es una elección, aminora los daños y es una forma enorme de ayudar.
Ojalá decidamos hacerlo antes de que nos veamos realmente obligados por la necesidad.