“Dale, tranqui”. Mamá siempre se rio de esa forma mía de contestar. Seguramente sea por lo mucho que contrasta con su típico “ok” que confirma cuando un mensaje mío le llegó.

Tranqui es mi manera de ver el mundo y de hacerles saber a los que me rodean que todo va a estar bien. Es mi forma de definirme en una sola palabra. Es eso que quiero hacer sentir a los demás, en el fondo, porque es lo mismo que me gusta que me hagan sentir a mí.

Es esa palabra que cuando la escucho me hace sentir que las cosas son menos graves. Que el dolor duele menos, que el tiempo que corre no me apura, que no poder es humano. 

Tranqui es ese concepto que sin darme cuenta transformé en mi forma de mostrarme tal cual soy. Porque, por más tonto que sea, es mi forma de vivir. 

No se trata de que las cosas te den lo mismo. No se trata de que la vida te pase por al lado ni de que haya algo positivo en no esforzarse. Tranqui no es no hacer nada, sino que saber que cuando lo hacemos, todo va a estar bien si de primera no resulta como esperábamos. 

Tranqui es sacarle el peso a lo que no lo tiene y hacer más llevadero lo que es una carga. Es permitirse equivocarse. Es transmitirle al otro que no se preocupe por cómo lo que acaba de decir nos pueda afectar. Es decir que, si sale mal, también va a estar bien. Porque a todo en la vida siempre hay que encontrarle la forma.

Y que si hoy algo te duele, si sentís que no llegas a tiempo, que no entendés cómo o qué te preocupa no saber cómo resolver: tranqui.

Con tiempo y voluntad todo encuentra su lugar y se hace más llevadero.