"¿Y cómo voy a responder sobre qué escribo cuando me pregunten? Si ya ni yo se. Al principio era más limitado pero ahora escribo un poco de todo. Pero, ¿cómo que un poco de todo? Nadie me va a entender cuando diga eso. Es que si, les voy a tener que explicar que me gusta escribir de absolutamente todo lo que me rodea, porque para mi no existe que algo me importe y no dedicarle un par de renglones a eso. Entonces voy a tener que hacer eso, explicarles que me interesan más temas de los que me entran en la cabeza e, incluso, les voy a contar que una vez escribí sobre no escribir."

Si hay algo que me atormentó muchísimo durante las últimas semanas, además del cansancio laboral que se empezaba a acumular cada vez más, fue el saber que tenía pendiente escribir y no encontraba la inspiración. ¿Cómo se hace cuando lo que te gusta hacer nace de la creatividad y esta parece estar a miles de kilómetros de aparecer?

¿Es que de repente me olvidé de cómo se hacía? ¿Es estrés? ¿Angustia?

Por un momento llegué a creer que era falta de tiempo, pero la realidad es que nunca tuve tiempo para escribir; sino que siempre fue la escritura la que me exigió el tiempo. Si, es mi cabeza la que me dice cuando hay algo de lo que escribir y no yo la que se sienta a ver de qué me surge hablar hoy. Son momentos inexplicables que me obligan a plasmar lo que está en mi mente esté en donde esté. Incluso hasta en un viaje en bondi, donde en cuestión de minutos escribí “El tema de siempre”, viendo como mis dedos bailaban a la máxima velocidad aprovechando las milagrosas notas del celular antes de que se me escapara alguno de esos pensamientos que iban surgiendo.

Además de no encontrar la explicación, lo que más me molestó durante todo este tiempo fue no encontrar la forma. Porque temas sobre los que escribir tengo suficientes como para publicar mi saga completa de libros. Desde amor propio, desafíos y el tiempo hasta la política, el arte e historias de amor. Las reflexiones que pasaron por mi cabeza fueron tantas que cada día me molestaba más no sentir ese arranque que me obliga a sentarme frente al primer cuaderno o computadora que encuentre a plasmar todo eso que siento.

Pero después de semanas de mucha frustración entendí que el tema era justamente la falta de tema. Pero no por relleno, no para escribir por tener algo que publicar; porque cuando comparto mis textos acá lo hago porque quiero y no para cumplir con ningún tipo de plazo. Pero la verdad es que justamente si hay algo de lo que puedo hablar en esta vida es sobre lo que es escribir para mi, o incluso mejor, sobre lo horrible que es no poder hacerlo.

Seguramente hayan pocas cosas tan frustrantes como sentir que de un día para el otro estas bloqueado a la hora de hacer lo que te gusta. Porque además de escribir para compartir, yo también escribo para mi. Como terapia, como forma de guardar mis pensamientos, como expresión artística. Escribir me salva, es eso que me libera de todas esas sensaciones que necesito soltar y es lo que me permite volver a leer años después acerca de las cosas buenas que me pasaron, ver todo lo que aprendí sin darme cuenta y también ser capaz de escuchar mi propia voz como la escucharía otro desde afuera. Son cuadernos, documentos de Word, hojas sueltas y hasta grabaciones que hace semanas no fluían con el mismo entusiasmo que antes, al punto de que en un momento dejaron de fluir por completo.

Pero, cómo todo en la vida, entendí que esa falta de inspiración tenía una razón de ser y la misma estaba nada más ni nada menos que en mi inconsciente. Y ahí me di cuenta de que ese bloqueo venía justamente por la necesidad constante de cumplir expectativas. Una escritura que no podía fluir justamente porque yo ya estaba esperando demasiado de ella desde antes de que llegara a mi cabeza… Porque si es un tema que no se si puede interesarle a los demás, no solo releo quince veces lo que escribí, sino que hasta capaz ni lo comparto. Porque escribo como me sale y después son decenas de pasadas para que ningún error (u horror) de ortografía se me escape. Una foto perfecta para acompañar el texto, pero que no se repita la de Instagram con la del blog porque cansa. Y como si todo eso no fuera demasiado para exigirle a un simple momento de inspiración: tengamos un título bueno. Ah, y que sea corto, porque nunca me gustaron los títulos largos. ¿Desde cuando tanto? Si la magia de esto era compartir lo que escribo para mi misma…

Parece un poco mucho para pedirle a simples instantes de inspiración que llegan para regalarme el poder reflexionar. Son segundos que, además de poder disfrutar para mi, aprendí a compartir de la manera más genuina que encontré: esta misma página. Pero son sentimientos que antes de ser pensados como una publicación hay que dejar fluir, porque cuando la creatividad se transforma en marketing es que muere. Y por más que vender algo no sea mi fin a la hora de escribir, la realidad es que al mostrarnos frente al mundo muchas veces cometemos el error de querer vender algo tan delicado y superficial que no nos damos cuenta: a nosotros mismos.

Por eso es tan importante saber volver a donde empezó todo, a ese lugar lleno de errores pero con cero limitaciones a la hora de decidir de qué hablar.

Ahora que ya aprendí la lección, por favor que nunca me vuelva a faltar el arte.

Y si, el de hoy va sin moraleja, porque esta vez la enseñanza fue para mi.