Acostumbro a no hablar de lo que no sé o de lo que, de alguna forma o por algún motivo, no termino de entender. Este caso no es la excepción.

Por otra parte, también es un poco difícil hacer como que nada pasa, como que uno no ve a su alrededor.

Es difícil saber qué decir cuando las palabras no sirven de nada.

Es difícil saber hasta qué punto uno puede buscar interiorizarse con la realidad, sin que te atraviese por completo y te deshaga, cuando realmente no hay nada que puedas hacer para cambiarla.

Es difícil también mantenerse en silencio sabiendo que tantas personas a tu alrededor lo están sufriendo las veinticuatro horas del día: teniendo familiares y amigos del otro lado del mundo, preguntándose qué va a pasar, cómo sigue esto, si van a volver a ver a sus seres queridos.

Cuando la realidad es tan evidente es muy difícil ser insensible al dolor ajeno, ser impermeable al horror.

Pero más difícil a este punto creo que es quedarse en silencio… incluso cuando no hay nada para decir.

Desde hace tres días paso más tiempo pensando qué hacer que haciendo.

Me cuesta entender que tantas personas crean que son quienes para decidir hacer y deshacer sobre la vida, la casa y la paz de otro. Me cuesta entender cuantos seres inocentes conviven por culpa de ellos desde hace ya días, meses y años con el mismísimo horror. Me cuesta procesar todos y cada uno de los vídeos con los que me cruzo, porque no hay forma sana de absorber tanto dolor.

Hoy, por primera vez escribo sin saber a dónde quiero llegar.

Y es que la violencia en su máxima expresión (la cual siento que hasta estamos empezando a “naturalizar” de tanto que vemos) es capaz de llevarse consigo hasta las palabras y cualquier otra forma de expresión.

Creo que en estas cosas no se trata necesariamente de tomar partido o de tener algo para decir; principalmente porque hay que ser muy responsable y estar extremadamente informado para hacerlo.

Más bien, creo que se trata de que dejemos de aceptar y defender que el usar la violencia y el miedo para imponer una forma de ver el mundo sea un camino válido.

El horror no debería tener jamás una justificación.

Da igual la postura, los motivos y el contexto. Sin duda ese es el lado del que nunca hay que estar.

Si me preguntan, la verdad es que sigo sin saber del todo qué hacer, que pensar y que sentido tiene cada una de estas palabras.

Mientras tanto solamente queda acompañar desde cerca, desde lejos o desde donde uno esté a los que, sin lugar a duda, están viviendo las peores horas de su vida.

Si pudiera decir solo una cosa sería que, para todos ellos, acá estoy.