Me llamo Romina Bocchi, mi comida favorita es el entrecot y soy vegetariana. 

Licenciada en comer la carne más cruda de Uruguay, confieso ser mega fanática de la panceta y también tengo una enorme debilidad por los animales. Si, aunque no parezca verdad, todo eso es posible en una sola persona; porque una cosa es lo que me gusta y otra muy distinta es lo que siento. Y porque lo que pasa por mi cabeza me pesa mucho más que lo que se le antoja a mi cuerpo, es que hace tres años decidí dejar de comer animales porque quería tener la conciencia tranquila, sin importar todo el esfuerzo que eso me pudiera implicar.

Cuando alguien sabe que decidí tomar este camino con todo lo que me gusta la carne, la pregunta es siempre la misma: “¿Pero por qué?”. Particularmente no soy de las que les moleste contestar eso porque entiendo que puede generar curiosidad. En mi caso (como es de esperar), todo se lo debo a mis perros Tommy y Lucas: una parte fundamental de mi vida y dos de los pocos seres por los que haría un cambio tan grande como este. Por eso hoy voy a contar esta historia, sabiendo que a pesar de conocerla puedan surgir mil preguntas más, e incluso varias discrepancias:

La realidad es que siempre fui fanática de los animales, pero mi vínculo con ellos dos es mucho más fuerte que eso y así lo fue desde el momento en que llegaron a mi vida, cuando tenía trece años.

Además de haber crecido juntos, lo especial de nuestra relación está en el lugar que siempre entendí que tienen que tener los animales, que es el de tener una vida tan digna como la nuestra. Tal es así que durante sus primeras noches de invierno, con mi hermano, entrabamos a ambos perros a escondidas de nuestros padres porque no podíamos con la idea de que pasaran frío y así fue hasta que terminaron durmiendo siempre en nuestros cuartos. 

Eso fue sin duda una de las cosas que afianzó más nuestra relación: al pasar todas las noches juntos, los perros estuvieron siempre ahí y al final compartieron más con nosotros dos que ninguna persona de este mundo. Porque, a pesar de no entender lo que nos pasa, con solo sentarse al lado nuestro y mirarnos fijo a los ojos me hicieron entender que existen mil maneras de abrazar a los que queremos . Y si hay algo de lo que estoy segura por haber crecido junto a ellos, es de que no existe absolutamente nada más incondicional que la compañía de un animal.

Pasaron los años hasta que en invierno de 2016, estando en el campo de unos amigos, aproveché para disfrutar de ese contacto más cercano con otros animales que en mi día a día, por vivir en la ciudad, no puedo tener. Y así, con una sensación de culpa que me invadió cuando miré a uno de esos animales (como los que yo comía) directamente a los ojos, entendí que una parte de mi me estaba queriendo decir algo que yo todavía no terminaba de entender. Porque con una sensibilidad como la que me caracteriza era cuestión de unos segundos para darme cuenta de que una mirada profunda como esa es exactamente la misma que tienen mis mascotas con las que comparto tanto y a las que soy incapaz de hacerle cualquier tipo de daño. 

Y así fue como, por más tonto y cursi que parezca, un minuto de contacto visual fue suficiente para que mi cabeza hiciera ese click que me llevó desde entonces a sentirme culpable por volver a comer carne.

Al principio me daba vergüenza decir que era vegetariana, no porque estuviera mal, sino que como no elegí eso que se generó en mi cabeza pensaba que era algo del momento y que se me iba a pasar. Por eso preferí no decirlo, porque siendo mi comida favorita tenía miedo de algún día querer volver a comer carne y que me tildaran de hipócrita y de las tantas cosas que me podían decir una vez que ya me pusiera esa etiqueta de la que sentía que no hay vuelta atrás. Y así fui estirando el tema durante semanas hasta que llegó un momento en el que las excusas parecían tan tontas que no tuve otra que darme cuenta de que la idea de comerme a un animal ya me daba tanta impresión que era momento de asumir el cambio. Y como me gusta entender de todo lo que de algún modo forma parte de mi vida, me dediqué entonces a informarme de este tema para poder estar segura de que existía una forma sana de llevar esta nueva dieta a cabo.

También, me daba vergüenza porque nunca me sentí identificada con los extremos y se que todavía existe mucha gente que cuando le decís que sos vegetariano ya se imagina un montón de cosas que vienen con el estereotipo: que vas a criticarles que coman carne, que vas a querer convencerlos de tu postura y qué estás esperando a la próxima jineteada para ir a protestar a ese lugar dando tu propio espectáculo.

Pero no, por suerte no todos somos así, porque somos muchos los que entendemos que los extremos no son sanos para ningún lado. ¿Qué me encantaría que no se maten ni se críen animales para el consumo? ¿Qué no entiendo y que rechazo por completo la idea de forzar a un animal a brindar un espectáculo solo para nuestro entretenimiento? ¿Qué el solo hecho de saber que alguien pueda disfrutar de la caza como “deporte” me duele hasta lo más profundo del alma? Si, todo eso es verdad. Pero tengo claro que no todos pensamos igual, y yo no soy quien para cuestionarle a los demás su forma de ver las cosas, sobretodo porque yo tampoco entendía esta forma de verlas antes de esa experiencia. Tal es así que hasta el día de hoy cuando salgo a comer con alguien sin problema alguno recomiendo lo que yo hubiera elegido si siguiera consumiendo carne, no me genera absolutamente nada que mi comida se cocine junto a la de los demás y tampoco me da vergüenza alguna admitir cada vez que un plato de carne me tienta, porque no creo que esté mal. Por el contrario, creo que eso habla de lo fiel que le soy a lo que siento, al punto de que acepto no volver a comer lo que más me gusta en el mundo todos los días de mi vida.

Y de la misma forma en que no entiendo a los vegetarianos que quieren imponer nuestro amor por los animales a la fuerza, también detesto el esfuerzo que hacen algunos por convencernos de que llevar una dieta sin carne no es sano. Pero lo que más me sorprende de este tipo de discusiones es que en gran parte de los casos surgen de personas con cualquier tipo de vicios bastante más insanos que lo que puede llegar a ser la “falta de carne”, por lo que entiendo que hay mil asuntos que deberían preocuparles más antes de ponerse mirar lo que consume el de al lado.

Por eso, hoy quiero resaltar lo importante de dejar a las personas ser. La realidad es que todos venimos de lugares y con historias muy distintas y si, soy testigo de que con la paciencia necesaria se puede hacerle entender a alguien que mata animales con sus propias manos el amor que uno siente por esos seres. No hablo de buscar cambiar los hábitos de los demás, hablo de lograrnos entender y que cada uno haga lo que sienta con lo que aprende del otro. Pero para eso primero hay que entender que no es culpa del otro haber sido criado con la mentalidad de que los animales para él son alimento, como tampoco lo es si cree que son lo más sagrado que hay. Lo único que nunca va a estar bien es querer imponer a los demás nuestra forma de entender las cosas. 

Y por eso, espero que a partir de esto, muchos puedan darse cuenta de que algo que no suma en absoluto es querer discutir con otro acerca de una decisión que seguramente tomó con total convencimiento y la cual no afecta a nadie más. Porque créanme que el que decide dejar de comer carne probablemente no lo hizo porque ese día se levantó pensando qué hacer de innovador y porque, incluso si así fuera, creo que debería ser asunto de él y de nadie más. 

Después de tres años parada desde este otro lado, la verdad es que llega un momento en el que cansa justificar algo tan subjetivo como la forma de ver el mundo y que por eso es imposible hacérselo entender a alguien más. Por mi parte, tomé un camino que confieso con total sinceridad que me implica un cierto esfuerzo, pero del que no me tuve que arrepentir jamás. Y si hay algo que le deseo a todos es que encuentren una causa que los haga sentir cada día, cuando apoyen la cabeza en la almohada, que tomaron la mejor decisión que podían tomar.

Seguramente esté a kilómetros de cambiar el mundo, pero cambiar lo que pongo en mi plato para mi es dar el primer paso y si, para alguien esa es su causa, creo que siempre merece el mismo respeto que la de todos los demás.