Ya me olvidé de lo que es extrañarte. Directamente me olvidé de lo que es estar con vos. No sé qué nos hacía reír ni qué me gustaba de vos. No digo que no hubiera nada, porque sé que era mucho. Pero así como me gusta escribir, por dar esas cosas por sentado, jamás se me dio por escribir todo lo que sentía por vos.

En realidad lo hice, pero está en todas esas cartas que escribí a mano y que después de dártelas nunca más volví a ver. Aunque seguramente las hayas tirado. Pero si no lo hiciste, capaz esa pregunta me la podés responder vos. Aunque no sé qué sentido tendría hablar de eso para ninguno de los dos.

Me olvidé de lo que es levantarnos juntos, de nuestros chistes internos y de lo que me hacía elegirte antes que a nada en el mundo. Me olvidé de lo qué hacíamos, qué nos unía y qué nos alejaba. Me olvidé de lo que nos decíamos y de nuestra rutina. 

Me olvidé de lo que te duele y de lo que me hacía doler. Me olvidé de tus gestos, de tu forma de mirarme y de todo eso que, para mí, te hacía ser vos. Me olvidé de los regalos, de los días y de todo lo que sentía. 

Me olvidé de nuestras canciones, nuestras peleas y nuestros paseos sin destino. Me olvidé de cómo es querer sin medida y sin preocupaciones, del poco miedo que me generaba darlo todo a una persona que no fuera yo.

No me olvidé porque quisiera, sino que fue mi cuerpo el que me pidió que me olvidara de vos.

Tampoco fue para hacer como si no hubiera pasado nada, sino justamente para tapar el dolor de todo lo que pasó. Es que hubo todo y también no hubo nada. Y cuando algo me duele tanto, en el fondo prefiero creer que directamente nunca pasó. 

Y aunque las fotos no mienten, la memoria funciona y el cuerpo lo siente; me animo a confesarte que mi decisión más difícil fue elegir olvidarme de vos.