A lo largo de mi vida, más de una vez me sentí juzgada por haber nacido en el entorno al que pertenezco. También tuve que soportar que me digan que no tengo idea del mundo por venir de dónde vengo y lidiar con el hecho de que otros estuvieran convencidos de que mis logros no eran míos, sino que me los facilitó alguien más. Al parecer, visto desde afuera, algunos pueden llegar a creer que no soy lo suficientemente capaz para lograr las cosas por mí misma y que todo en mi vida es ideal, pero por suerte yo tengo muy claro que no es así.
Si lo pienso bien, creo que esto pasa porque vivimos en un mundo en el que es demasiado fácil hablar antes de pensar y en el que las posesiones materiales están más que sobrevaloradas. De todas formas, no es lo primero lo que me preocupa, porque creo que siempre va a haber alguien con una idea equivocada sobre nosotros mismos y eso no se puede cambiar. Pero sí me parece importante decir que tenemos que dejar de guiarnos por cómo las cosas se ven desde afuera, no creer que los demás siempre la pasan mejor ni asumir que todo para el otro es más fácil si lo único que conocemos son los resultados. Por eso hoy decidí de hablar de un tema que muchas veces se deja de lado, por ser considerado en cierto modo tabú, que es el haber nacido teniéndolo todo.
Por más que pueda parecer superficial, este es uno de los temas de los que me es más difícil hablar frente a gente que quizás no conozco. Porque si lo hago, todavía puede parecer que me estoy “quejando” de tener todo lo que por suerte tengo o que soy una pelotuda que no tiene idea del mundo real. Y qué lejos estoy de todo eso…
Por el contrario, me considero una persona sumamente agradecida y que, en cada oportunidad que tengo, disfruto de aprender de todo aquel que es distinto a mí. También en el caso de que sea necesario y pueda hacerlo, disfruto como pocas cosas de ayudar e intento constantemente vincularme con entornos que me hagan abrir cada vez más la cabeza. Siempre que tuve la oportunidad trabajé, la gran mayoría de las veces sin recibir ni un peso a cambio, pero porque me gusta, porque creo que el trabajo dignifica y porque entendí desde el día uno que para llegar a donde uno quiere es necesario sentir en algún momento lo que es ser el último orejón del tarro. No es el punto hablar de las cosas que hago desde mi lugar, porque son cosas que hago para mí, pero si creo que está bueno aclarar que la vida perfecta y resuelta no existe y que las posesiones materiales tampoco nos acercan a tenerla. Al menos así lo he sentido siempre desde mi experiencia.
Más de una vez, personas que empezaban a conocerme se animaron a confesarme que creían que mi vida era perfecta. Jamás pensaron que mi familia pudiera tener algún problema o que pueda haber algún motivo por el que yo esté mal si, aparentemente, lo tengo todo. A veces pienso en estas cosas y me da gracia, porque es bastante ingenuo creer que alguien pueda no tener problemas basándonos únicamente en lo que vemos sin conocer. No solo tengo uno y mil problemas; tengo una vida normal en cualquier sentido, que es la que realmente vivo y prefiero quedarme para mí y no publicar en ningún lado. Porque lo digo siempre y me parece necesario aclararlo: las redes sociales son un juego, y hay que saber jugarlo. Por eso, mi objetivo principal cuando decidí escribir esto fue transmitir que, además de en lo físico (de lo que ya hablé antes), tenemos que dejar de creer que en general todo es como se ve en internet. Dejemos de sentirnos menos porque creemos que los demás son más felices o porque no todo es tan fácil como nos quieren hacer creer. Todos elegimos qué mostrar, pero eso no significa que lo que se ve desde una pantalla represente realmente lo que somos, sentimos y vivimos las personas.
Como a cualquier otro, a mí también me costó siempre conseguir trabajo, de la misma manera me fue muy difícil decidir qué estudiar y desaprobé mil exámenes una vez que empecé la carrera. Las enfermedades también existen en mi entorno, perdí a personas importantes en mi vida y soy igual de propensa que todos a que algún día me toqué a mí. Conozco tantas realidades y ambientes distintos que no me daría la vida para describirlos todos, y agradezco que exista cada uno de ellos porque todos me formaron de alguna manera como persona. También tengo más que claro lo que es que te “rompan el corazón”, perdí amistades de toda la vida, me lastimaron un millón de veces y me equivoqué otras tantas. En mi casa tampoco faltan los platos de comida recalentados, los días en que todo es un caos ni las peleas familiares. Y en cuanto a mí, llegué a sentirme que valgo lo mismo que la nada, como tantos otros pasé días encerrada llorando y fui tan boluda como los demás de creer que todos tenían una vida perfecta menos yo.
Decidí hablar de esto porque creo que falta mucho para que las personas en general dejemos de asumir que las cosas son como nosotros decidimos que sean. Ni está mal que alguien tenga lo que se ganó con su trabajo, o que otro decidió regalarle, ni tampoco nadie asegura que eso lo haga más feliz. Seguir convenciéndonos de que todo lo de los demás es ideal no sirve más que para hacernos daño a nosotros mismos y menospreciar el ciento de cosas que día a día podemos estar haciendo bien y no nos damos cuenta.
En cuanto a mí, en este momento de mi vida me tocó asumir muchas cosas que no esperaba, tomar responsabilidades que a veces me desbordan y aceptar que no estoy en el lugar en el que me gustaría estar a mi edad. Pero también entendí que de eso se trata, porque sino no sé de qué estaría hecha la vida ni que tanta gracia tendría.
Lo bueno de todo esto es que en cada desafío uno se encuentra con personas increíbles, que muchas veces nos ayudan a resolver los problemas y otras tantas a sobrellevarlos, pero que son de esas que dejan una marca y quedan para siempre. Con cada obstáculo nos vemos obligados a crecer, a ponernos a prueba a nosotros mismos y a usar herramientas que muchas veces ni sabemos de dónde sacamos. Y por más que estemos siempre mirando lo bueno que hace, tiene y logra el otro; créanme que nada de todo lo que nos pasa se soluciona con dinero, que viajar no es estar siempre feliz y, por más cliché que suene, que las mejores cosas de la vida no se venden en ningún lado.
Jamás conocí a alguien que no tuviera problemas, y ojalá nunca lo conozca, porque no debe existir nada más desmotivante que no tener una razón por la cual luchar.