Cuando tenía doce años, con una amiga organizamos una colecta para recaudar fondos para la Fundación Teletón. No sé si teníamos claro porqué lo hacíamos, pero las cosas buenas que habíamos escuchado sobre su primer año de trabajo nos parecían suficiente motivación.
Llegó el día de la maratón televisiva y, junto con eso, el momento de entregar la alcancía en la Fundación.
Ese 30 de noviembre de 2007 conocí Teletón.
Esa noche la cena en mi casa debe haber sido densa como pocas veces. Toda mi familia tuvo que soportar un monólogo mío eterno hablando del lugar increíble que había conocido y de la suerte que teníamos de tener algo así en Uruguay.
Lo que había visto me pareció tan impresionante, necesario y avanzado que iba a hacer todo por entrar algún día con uniforme por esa puerta.
Ese día decidí que “cuando fuera grande”, sea como sea, yo iba a trabajar en Teletón.
Los años pasaban y mis ganas seguían intactas, viendo cada una de las ediciones prendida a la tele y siempre con la ilusión de alguna vez volver a ese lugar.
Cuando cumplí dieciocho, mientras estudiaba, me propuse averiguar lo que fuera necesario para entender cómo formar parte del equipo. Mis ganas eran tantas que recorrí toda su página web hasta dar con una sección llamada Voluntariado, en otras palabras: hasta dar algo que me dijera que (fuera cual fuera mi profesión) podía trabajar en Teletón.
Obviamente al ser voluntariado implicaba trabajar gratis y, al menos para mi, eso lo hacía incluso mejor. Porque al tener la suerte de ya contar con una fuente de ingresos, esta era mi oportunidad para dar lo más valioso que tengo: mi tiempo.
Así es que apenas abrió el período de postulación y tras algunas charlas de integración, seis años después de haberlo visitado por primera vez, finalmente era parte del equipo de Teletón.
Y sin saberlo, ese fue un verdadero antes y después.
Desde el primer día que me tocó identificarme con “el chaleco rojo” pude comprobar que Teletón es diez veces más alegre, positivo y alentador de lo que alguna vez imaginé.
Trabajando ahí conocí a personas increíbles, pude darme el lujo de enseñar lo poco que sé, aprendí de cosas que ni siquiera sabía que existían y tuve la satisfacción de todas las semanas cruzar esa puerta sabiendo que ahí adentro el mundo es un poquito mejor.
Porque juro por lo que más quiera que así es.
Formé parte del equipo durante tres años hasta que me surgió la oportunidad de mudarme a otro país.
Y si bien durante esos tres años disfrutaba muchísimo los días que me tocaba ir a la Fundación, afuera de Teletón el mundo siempre me dijo que yo tenía que sentir lástima por todo lo que veía ahí.
Escuchar cosas del tipo “¿Cómo haces para trabajar en Teletón?”, “¿no es muy fuerte?” o “¡te admiro, yo no podría!” ya eran parte de la rutina.
Y en el fondo los entiendo, porque descubrí que afuera de Teletón el mundo es otro para quienes nunca pasaron por ahí.
Afuera de esas puertas no vas por los pasillos esquivando niños en silla de ruedas o con andador jugando al fútbol. Afuera de esas puertas pocas veces ves que los niños con movilidad reducida puedan moverse por el espacio sin dificultades. Afuera de esas puertas difícilmente conozcan de sus progresos, sus avances, sus risas, sus juegos con amigos o sus berrinches.
Pero, sobre todo, afuera de esas puertas no todos ven que los niños “con capacidades diferentes” en el fondo no son más que eso: niños.
Si bien sé que desde que crucé la puerta de Teletón por última vez muchas cosas han avanzado, decidí hablar de esto porque al día de hoy me sigue sorprendiendo que existan personas que creen que la maratón televisiva es para “exponer la vulnerabilidad de los pacientes”.
Seguramente sean las mismas personas que creen que Teletón es eso: un programa que dura 24 horas y no una una fundación que lidia todos los días con sostener costos altísimos para poder cambiar la realidad de miles de niños, adolescentes y sus familias.
Y es para todas esas personas que todavía no tuvieron la suerte de conocer el trabajo que se hace ahí adentro que escribo. Porque realmente no saben de lo que se están perdiendo.
Si bien respeto que a alguien le pueda generar “lástima” ver desafíos que en el fondo todos querríamos que nadie tenga que afrontar, me animo a asegurar que generaría mucha más lástima que no existan fundaciones como esta: lugares que transforman cada uno de esos desafíos en una oportunidad.
Y de la misma forma, les confieso que a mi me da todavía más pena quienes solo son capaces de ver “lástima” en situaciones en las que otros podemos ver ganas, superación y una oportunidad para construir algo mejor.
Espero que cada vez sean menos las personas que precisen toda la ayuda que brinda un lugar como este. Pero mientras las siga habiendo, ojalá exista siempre un lugar como Teletón.