Hace poco más de un año, cuando empezaba a escribir en este blog, dediqué uno de los primeros posteos, llamado Frente al Espejo, a hablar sobre mis inseguridades físicas. Después de mucho tiempo escondiéndome había aprendido a aceptar un poco más la forma en que me veo, a mirarme a mí misma tal cual soy y a quererme un poco más que todo ese poco que me quería antes. Pero una cosa de la que nunca me di cuenta era de que, aún aceptando mi cuerpo, todavía seguía sin tener un gramo del verdadero amor propio, ese amor por lo que excede cualquier forma física que podamos tener y que está en nuestra esencia. El querer a eso que normalmente definimos como “Nuestra forma de ser”.
Como digo siempre a los que me conocen: las cosas pasan por algo, y cada día que pasa estoy más convencida de que eso es verdad. Y porque todavía me faltaba muchísimo de quererme a mi misma es que dios (o el destino, el universo o lo que sea) me hizo darme un golpe tan grande que me obligara del modo que fuera a valorarme un poco más. Porque lo bueno de tocar fondo es que lo único que queda por hacer es levantarse y, en mi caso, para eso era necesario finalmente aprender a quererme de verdad.
Al igual que todos, cuando se trataba de mi misma siempre me fue más fácil ver todo aquello que era un desafío para mi. Pensaba mucho en como me veo, en mi falta de autoestima, en las veces en que me costó lo académico y en mi enorme sensibilidad. En todos los sueños todavía frustrados y en las razones por las que hay cosas que me cuestan el triple que a los demás. También en las veces que me equivoqué, los desafíos que no supe superar y en lo distinta que soy a gran parte de las personas de mi edad. En mi forma de analizar todo, lo cuadrada que soy a la hora de ver el mundo y en las mil y un cosas en las que día a día me veo fallar.
Quererse a uno mismo es sin duda de las cosas más difíciles de lograr. Tal es así que las personas acostumbramos a menospreciar los elogios ajenos diciendo que “no es tan así”, a la vez que tenemos una cualidad increíble para ver siempre lo bueno en los demás. ¿Pero qué pasa cuando nos damos cuenta de que nosotros para el resto también somos parte de “los demás”?
En mi caso, mi secreto estuvo en aprender a verme por primera vez como me vería alguien desde afuera. Tan loco como suena, me senté en el borde de mi cama frente al espejo y empecé a pensar en qué cosas diría de mí si se tratara de otra persona.
Lejos de pensar en todas aquellas cosas malas que acostumbro a cargar siempre, al describirme como lo haría alguien desde afuera me vi como esa que siempre intenta reunir a sus grupos de amigos sin importar qué tan difíciles sean los horarios para coordinar, dedicandole el tiempo que le dedico a las causas en las que creo y pensando siempre en los demás. Me di cuenta de todas las cosas buenas que soy capaz de hacer por alguien que amo y lo compañera que fui cada vez que elegí a alguien para crecer junto a mi. Encontré en mi una persona que sigue confiando en las buenas intenciones de los demás, que sigue creyendo en los valores de siempre y que podrá decir que no es capaz de algo, pero que siempre va a estar del lado de la honestidad. Vi a una persona creativa, fanática de estar en familia y alguien que, sin importar lo que le digan, siempre va a luchar por hacer todo lo que sueña realidad. Me vi independiente, madura en muchísimas cosas, divertida en las que hay que serlo, tolerante con las distintas formas de ser y con ganas de ir siempre a más. Auténtica, sana y decidida. Pero, por sobre todas las cosas, me vi fuerte como nunca y eso es sin duda lo que me genera mayor felicidad.
Porque cuando nos damos cuenta de que hasta hechos pedacitos somos capaces de seguir adelante es innegable reconocer en nosotros mismos lo valiente de poderse levantar. Y porque a todos hubo algo que nos rompió un poquito para hacernos más fuertes, es de ahí de donde creo que nos tenemos que agarrar. Porque somos quienes saben más que nadie lo que nos cuestan nuestros propios desafíos y por eso tenemos que ser los primeros en valorarnos cuando los logramos superar.
Querer a los demás nos llena, nos hace la vida más linda y nos permite disfrutar de todo en compañía, todas cosas increíbles que no se pueden pagar. Pero para disfrutar de eso, quererse a uno mismo primero es fundamental. Porque quienes están al lado nuestro van cambiando a medida que hacemos nuestro camino, porque con nosotros mismos vamos a estar para siempre y porque para que te valoren a veces primero es necesario saber hacerte valorar. Y no solo es importante querernos, también lo es el animarnos a admitir que lo hacemos. Dejemos de creer que valorarnos es de egocéntricos y que hablar bien de uno mismo está mal. Por el contrario, no existe nada más egoísta con nosotros que ponernos siempre en último lugar, escondiendo lo que valoramos de uno mismo y haciéndole creer al resto que valemos en función de lo que decida alguien más. Como en todo, la clave está siempre en saber encontrar el equilibrio.
Aprendamos un poco más a ver las cosas buenas que tengamos y veamos de qué forma podemos cambiar aquellas que hacen que nos cueste aceptarnos más. Dejemos que nos halaguen un poco sin sentir culpa, porque también hace bien aceptar que todos tenemos ese algo en lo que nos podemos destacar.
Y, por sobre todas las cosas, empecemos a encontrar un poco más de eso que vemos en los otros, también en nosotros mismos. Porque les juro que no hay nada más sano que poder mirarse al espejo y finalmente poder decir de uno mismo “yo también estoy demás”.