Probablemente los que me conozcan desde siempre estén sorprendidos al verme desenvolverme de la forma en que lo hago hoy en día. La realidad es que durante toda mi infancia fui una niña tímida y reservada. Nunca llegué a analizar si me guardaba las cosas que sentía o si simplemente no tenía nada que expresar. Fuera de mi casa no hablaba casi nada, mucho menos eso de bailar, actuar o soltar algo que me pudiera dar demasiada exposición frente a los demás.
En cuanto a mi físico, si bien recuerdo que nunca me sentí del todo cómoda estando de traje de baño, tampoco era el drama de mi vida cuando era chica. Pero con el paso del tiempo la vergüenza empezó a aumentar, a medida que me cambiaba el cuerpo e iba creciendo. Empecé a rechazar cada vez más partes de él, odiándolas hasta lo más profundo de mi ser… y puedo jurar que es así. Llegó un momento en el que cada vez que me tenía que vestir lloraba, y era mucho peor cuando se trataba de ir a lugares de más exposición como eran las “fiestas de 15”; seguramente todos los fines de semana eran una tortura para mi madre y mi hermana que tenían que soportar eso.
Pero la realidad era esa, me costaba verme al espejo y no había nada que me pudiera hacer cambiar de parecer. Y aunque no lo crean, eso no dejó der ser así hace mucho.
A pesar de saber que no estuviera bien ser así, también puedo decir que me entiendo, porque no es fácil no encajar con los ideales de belleza… ¡Y qué problema tan grande es ese! Porque creo que, si lo analizo en detalle, son por lejos la minoría los que pueden, en cierto modo, formar parte de ese grupo.
No soy del tipo de personas que critica a los modelos o a las figuras públicas que tienen un cuerpo que erróneamente calificamos como “perfecto” porque, como en todos los rubros, sé que hay de todo. Es que si, existen muchísimas personas que son así naturalmente, y no es “culpa” de ellas. La culpa en todo caso es de los que deciden mostrar que ese es el único modelo de belleza, pero también de todos nosotros, que somos tan tontos como para creer que tienen razón y estar midiéndonos constantemente con algo que no es referencia de nada. Pero por suerte poco a poco eso está cambiando.
En mi caso, en el 2018 ya hacía diez años que no estaba en bikini frente a nadie de fuera de mi familia, a excepción de alguna amiga con el privilegio de ver este cuerpo latino. La última foto que tenía en traje de baño en la que se nota que no estoy escondiéndome de la cámara era de 2008. Por eso prácticamente no voy a la playa, si voy a una casa ajena no me meto a la piscina y tampoco uso ropa que pueda exponerme mucho. Si bien es algo que ya tenía en cierto sentido naturalizado, siempre supe que no es natural en absoluto, pero también es cierto que a veces es más sano no sobrepensar.
Los que me rodean siempre me dijeron no entender este trauma, es que justamente: es un trauma. Si fuera algo lógico u obvio no habría mucho que entender. Por eso, si hay un cambio que creo precisamos como sociedad, es este. Es necesario que dejemos de creer que si no somos como las personas que vemos en las publicidades, o muchas veces en internet, valemos menos. Me cansé de ver chicas que se retocan hasta lo que no tienen con tal de tener algún seguidor más en sus redes sociales, o de escuchar a amigas que tienen hermanas más chicas contarme las cosas que las ven hacer para poder estar lo más en forma posible. Una vez que esa idea nos entra en la cabeza es muy difícil sacarla y las consecuencias muchas veces son peligrosas.
Como todo, yo creo que es cuestión de tiempo, de plantearse los desafíos de a uno a la vez y poder disfrutar del placer de superarlos. Por eso, cuando vean que alguien cercano se siente de este modo, no se enojen por no entenderlos, porque eso va a generar más rechazo y angustia todavía. Creo que la clave está en ayudarlos a ir contra estos miedos, uno a uno. También es importante entender que muchas veces no se trata solo de cambiar la cabeza. En mi caso, por ejemplo, era más fácil cambiar el físico (obviamente hacia algo más sano) para poder así cambiar mi percepción de mi misma. Esto no significa que estar mal o bien físicamente me haga valer más o menos, pero la realidad es que nunca me importó lo bien que me dijeran que me ven los demás, mi mayor preocupación siempre fue poder verme bien yo misma.
También es verdad que desde que volví de Italia todo es diferente, y por eso también me propuse que fuera diferente en este sentido. Empezar la carrera de comedia musical me ayudó mucho en esto. En primer lugar, porque llega un momento en el que es imposible hacer bien algo arriba de un escenario sin aceptar que estas expuesto y también, el pasar de salir a caminar una vez cada tanto a tener clase de danza tres veces por semana evidentemente generó un cambio positivo en mi físico. Pero más allá del motivo, creo que lo importante es que decidí animarme: a mostrarme, a aceptarme y a entender que la percepción que tengo de mi misma no puede seguir siendo lo que limite mi vida en tantos aspectos.
De todas maneras, gran parte de esos traumas siguen estando y tal vez tenga que convivir con alguno de ellos de por vida. Pero la clave está en ver siempre el vaso medio lleno. Cuando cree mi cuenta de Instagram subía solo fotos de paisajes con tal de no aparecer, hoy estoy usando la misma plataforma para compartir esto con el mundo. Con lograr que alguien más se anime a aceptarse, ya voy a saber que haber contado esto no fue en vano.
Y como decía, más allá de lo que genere en los demás cada una de estas palabras, en lo personal puedo decir que este año logré el mayor y mejor cambio para mí misma. Verse al espejo y entender que esta bueno ser como somos, de verdad no tiene precio. Esto solo se puede lograr si decidimos entender que no hay nada mejor que todas esas cosas que de alguna forma nos hacen únicos pero que, a la vez, no definen en absoluto quienes somos en realidad.
Ojalá podamos querer cada vez más y, antes que nada, querernos a nosotros mismos.