Si bien esta carta es abierta para todo aquel que lo sienta, quiero dedicársela a la persona con más luz que conocí en mi vida. La que me inspiró a escribir esto y que, a pesar de ahora estar lejos, me ayudó a entender que siempre hay motivos para seguir, para estar bien y para vivir la vida al máximo.
Sinceramente, por más que me gusta escribir y compartir lo que siento, nunca pensé que iba a ser capaz de hablar de esto acá. Pero hace unos días, ahogada ya por la angustia que cargaba, una de las personas que me conoce más en el mundo me sugirió animarme a escribirte y soltar eso que vengo cargando y que a veces me supera por completo. Hoy, a través de esta carta que te escribo y comparto, me animo a contarle a todos acerca de una persona de esas que no se encuentran en cualquier lado, tanto es así que yo encontré solo una en veinticuatro años.
Para los que nos conocen de toda la vida saben que crecimos siendo casi siamesas. De esas amigas que te vas a dormir a la casa y volvés una semana después. De las que ya no se preocupan por ordenar el cuarto cuando se visitan (especialmente en tu caso…), las que al final lo único que hacen es pasar todo el domingo el pijama juntas y que se conocen a la familia de la otra entera como si fuera la suya propia; al punto de que a tu madre le voy a seguir diciendo mamá durante toda mi vida. Fuimos de esas amigas que no se preguntan si molesta que el perro duerma en la cama porque saben que hay confianza suficiente como para que la otra lo tenga que soportar igual. De esas que también tienen un cepillo de dientes de forma permanente en el baño de la otra y que entran a su casa cuando quieren sin pedir permiso. Pero si hay algo que siempre me sorprendió de nosotras es la facilidad con la que entendimos desde el día uno que funcionábamos como hermanas y que estábamos destinadas a crecer juntas, a pesar de ser las personas más distintas que pudo haber en este planeta.
Por tu forma de ser, y por las pocas semanas antes que naciste, me animo a decir que de las dos eras sin duda la hermana mayor. Además de haberme enseñado a patinar y a cocinar tantas cosas con tu curso ilustrado “Supervivencia a base del microondas”, siempre fuiste la que daba la idea de los planes arriesgados y yo la idiota que te hacía caso. Tenías una forma de hacer todo sin que te importara lo que digan los demás que era envidiable y fuiste, sin lugar a duda, una de las personas más inteligentes que conocí.
El tiempo pasó y después vinieron esos años en que la facultad, el trabajo, los distintos horarios y las responsabilidades nos distanciaron un poco, como pasa muchas veces con los amigos a esta edad. Pero lo lindo de todo eso fue saber que, en cada encuentro, era cuestión de un segundo para saber que nada había cambiado porque un vínculo como este no se podía romper ni aunque pasaran cien años.
Pero hace exactamente tres meses mi vida cambió por completo. Recibí la peor noticia que me tocó recibir hasta ahora y hoy, noventa días después, todavía me cuesta entenderlo. De repente, esta historia que desde que teníamos dos años escribíamos juntas, me tocó seguirla sola. Hoy hace tres meses te fuiste y, desde entonces todo es distinto, al punto de que no sabría describir cómo de todo lo perdida que estoy. Sos la primer persona en la que pienso cuando me levanto y la última en mi mente cada día antes de acostarme. Te lloré en la ducha, en el auto, en mi cuarto, en el trabajo y en absolutamente todos los lugares en que estuve. Me acordé de vos y volví a llorar, pero esta vez fue de risa, pensando en las todas las cosas que hicimos juntas y en tu habilidad admirable para corromperme como nadie. En estos días también canté, alguna que otra vez hablé esperando que me puedas escuchar y hoy quiero darte el regalo de una de las cosas que más me gusta hacer: escribir.
Estos meses, los pocos que van pasando, fueron tremendamente largos. Tan largos por la cantidad de cosas que sentí y aprendí que parece que hubiera pasado un año. Pero me acordé cada segundo de vos y, por primera vez en mi vida, me lancé a hacer cosas de las que no medí las consecuencias. Porque aprendí de verte vivir la vida al máximo, de hacer las cosas a tu manera y de disfrutarlas como nadie. Y te juro por lo que quieras que todavía no me tuve que arrepentir de ni una sola.
Hoy, ante lo más difícil que me tocó enfrentar hasta ahora, me di cuenta de que estas cosas no sirven más que para crecer y agradecer. Porque la huella que dejaste me hizo darme cuenta de lo fácil que es vivir cuando aprendés a quedarte con el lado positivo de las cosas, como lo hiciste vos siempre sin importar los desafíos a los que te estuvieras enfrentando. También, entendí la magia de vivir la vida a mi manera, de creer en mí misma como te vi creer en ti siempre y de no dejar nunca más que los demás me digan de lo que soy capaz. Pero sobre todo, me hizo darme cuenta del privilegio que es crecer con una hermana de la vida. Ese rol que siempre di por sentado, hasta que entendí que no es algo que se encuentre en cualquier lado y hoy tengo claro que le desearía a todo el mundo encontrar a un amigo así, porque es lo más lindo que te puede pasar.
Si bien desde el día uno que no estás pienso en el millón de cosas que siento a la misma vez y no digo, hasta ahora no me había planteado escribirlas. En primer lugar, porque nunca había pasado tanto tiempo sin tener ganas de escribir hasta para mi misma y, segundo, porque tenía mis dudas respecto a cuánto sentido tendría publicar algo tan personal como esto con todo lo que me sigue afectando.
Pero me di cuenta de que, cualquiera que te conociera sabría que lo último que se puede hacer es ocultarte, porque si hay algo que nunca hiciste fue pasar desapercibida. Por el contrario, más que dejar de hablar de vos, desde que no estás me propuse que todos sepan la persona única que eras, porque cualquiera que te haya conocido sabe el privilegio que fue haber formado parte de tu vida y por eso entendí que guardarmelo para mi sería lo más egoísta que puedo llegar a hacer.
Aunque me duele más que nada en el mundo que ya no estés, hoy quiero escribirte para decirte que estoy bien. Y estoy bien gracias a que aprendí de tu forma de ser. Porque decido quedarme con todo lo que ví en vos en estos veintidós años que tuve el lujo de compartir contigo y que te hicieron ser esa persona tan increíble con la que pude crecer.
Si hay algo en lo que pensé durante estos meses en que ya no estás es en todas esas cualidades que te hacían ser vos y en las que siempre es sano seguir creyendo: ese entusiasmo por querer hacer absolutamente todo, esa manera de llevarte el mundo por delante sin importar lo que digan y esa frescura con la que ojalá todos pudiéramos contar. Pero, por sobre todas las cosas, con lo que más me quedo es con tus ganas de vivir la vida.
Y te prometo que para festejarte, la mia la voy a vivir siempre por vos.
Mi hermana, mi amiga, mi ángel.
Para siempre Fefita