Escribo cuando lloro y también cuando desbordo de felicidad. Lloro más seguido de lo que me gustaría por impotencia, pero lloro todavía más fuerte por las grandes alegrías. Me estanco a diario y salgo de absolutamente todo.
Me levanto y sigo pero confieso que no sé olvidar. Disfruto de esa inquietud que me lleva a querer estar todos los días en un lugar distinto, para después volver y darme cuenta de que el mejor de todos sigue siendo mi hogar.
Suelto mochilas y cargo otras.
Voy y vuelvo, nunca supe frenar. Salgo del cansancio solamente haciendo más.
Moverme me mantiene despierta.
Me motiva.
Me hace valorar todo.
Me emociona.
Me permite conocer.
Me hace reflexionar.
Me lleva a cuestionarme
y algunas veces también me hace llorar.
Y ahí escribo.
Vuelvo a escribir de tristeza y vuelvo a sentirme feliz por el privilegio de encontrar en cualquier cuaderno y lápiz mi lugar.